Islandia representa una excelente ocasión para perderse, para
abandonar el mundo "real" en el que te desenvuelves, para dejar atrás
las ocupaciones de lo cotidiano irrumpiendo en los horizontes de lo desconocido,
de lo ajeno, de lo que se puede ver pero no tocar, de la primitiva esencia de
los elementos, del insondable origen de la materia que nos rodea.
Un arisco territorio cuyos jóvenes parajes aún permanecen indemnes
en su mayor parte. Íntegros e incorruptos. Un vasto panorama que rebosa furia y
vitalidad, energía inconmensurable sin límite definido. Estimulante
es su pureza cuando en sus rincones, todavía intactos, puede saborearse la
insubordinación del propio ser, profundamente inmerso en un espectáculo salvaje. Un
veraz ejemplo del asombroso planeta en el que habitamos, nuestro hogar
fundamental. De su justo y legítimo plan de funcionamiento;
independiente, ecuánime y dinámicamente preciso,…sin las trabas ni objeciones
impuestas por lo humano. Un espacio indisciplinado, carente de toda lógica
fundada, indescriptible a través de la palabra pero comprensible a través de
las sensaciones; mudas, íntimas, inmortales...
Si, Islandia está ahí, como
otras muchas de las maravillas que tienen cabida en nuestro pequeño
mundo. Un país para reencontrase con uno mismo, para el disfrute de lo que entendemos
por naturaleza; sincera, confortable, exclusivamente perfecta. Un lugar
especial donde cumplimos las expectativas y damos rienda suelta a lo soñado.
Sus escenarios idílicos así nos lo demuestran una y otra vez: cada cascada, cada
río, cada montaña, cada volcán, cada desierto, cada playa,…cada fenómeno
natural resulta ser más impactante que su
respectivo precedente, insuperables accidentes de la naturaleza superviviente.
Hay que verlo para sentirlo y sentirlo para verlo. Un acertado e inolvidable
viaje en compañía de los seres que más
quiero, ¿se puede pedir más?. Atentos, os iré contando.
En este post presento algunas imágenes
tomadas en el territorio conocido como Anillo Dorado de Islandia, localizado en el sector suroccidental de
la isla y que a su vez queda configurado por los siguientes monumentos naturales.
-Parque Nacional de Þingvellir.
-Cascada de Gullfoss.
-Surgencias hidrotermales de Geysir.
Cuando desde un pequeño alto
divisamos el territorio virgen del Parque
Nacional de Thingvellir, la imagen resultó conmovedora. Tundra genuina
surcada por numerosas ciénagas, sinuosos ríos y pequeños lagos naturales. Extensa
planicie amarilleada por los efectos de las primeras heladas otoñales. En
sus flancos observamos pequeños bosquetes de abedules enanos Betula alba, empequeñecidos por
los terribles efectos del gélido clima del norte. En este caso las
agrupaciones de Piceas tienen valor ornamental, así se
observan en buena parte de la isla, junto a edificaciones de todo tipo.
Las
áreas lacustres del espacio protegido resultan ser un importante lugar para la
cría de diversas aves acuáticas entre las que destacan varias anátidas y
limícolos. Durante el crudo invierno permanecen ausentes, invernando en
nuestras latitudes más sureñas y templadas. En el bosque de abedul abundaba el pardillo sicerín Carduelis flammea junto al lúgano Carduelis spinus, ambos estaban
haciendo buen acopio de la diminuta semilla de este árbol caducifolio.
La cascada de Öxararfoss
(cascada del hacha, según interpretaciones) es uno de los monumentos que se
visitan en el parque. Un bonito salto de agua de unos 20 m de altura cuyas aguas
se canalizan a través de un escarpado cañón, el cual marca la dirección de una
de las fallas más importantes y fracturadas del país. El denominado cañón de
los peniques o Peningagjá, ya que su fondo está repleto de monedas que persiguen alcanzar los más ansiados deseos del visitante.
Las aguas limpias y
oxigenadas del río Öxará favorecen el
desarrollo de peces descomunales. En la foto un vistoso cardumen de salvelinos Salvelinus alpinus se
agolpa junto a una bajante de agua. La trucha ártica es el único pez de agua
dulce que sobrevive en estas latitudes tan septentrionales.
El colosal valle fue protegido en el año 1928 y designado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2004. El origen del
vocablo procede del islandés “Þing”: asamblea y “vellir”:
explanada. El símbolo nórdico Þ, semejante a una P en castellano, se pronuncia
como una Z. A nivel histórico este espacio tiene una gran trascendencia
para el pueblo islandés. En el año 930 en estas tierras se fundó el AlÞingi, conocida por ser una de las
instituciones parlamentarias más antiguas del mundo.
La cascada de Gullfoss (cascada dorada) se considera una las
mayores atracciones turísticas del país. El portentoso salto de agua embravece
las corrientes del río Hvítá escalonándose en tres niveles de altura de 11, 21
y 32 m respectivamente. Tras el último precipicio, el agua queda encauzada a
través de un angosto cañón a lo largo de 2,5 km de longitud fluvial. En un
principio esta cascada pertenecía a manos privadas. Después de un fallido
intento de proyecto hidroeléctrico, fue vendida al estado islandés para su
posterior protección.
En el área hidrotermal de Haukaladur podemos observar claros indicios de la
presente actividad volcánica que sufre la isla. En este enclave se encontraba
el Gran Geysir, una de las
fumarolas de aguas termales más impresionantes conocidas en el planeta. Durante
sus pequeñas erupciones la columna de humeante agua solía alcanzar los 80 m de altura,
con alguna cota anecdótica que llegó a rebasar los 120 m, tras un breve periodo de actividad tectónica en el año 2000. En la actualidad su
actividad a cesado, pero no la de su vecino Strokkur,
otro géiser que arroja agua cada 5 minutos y que puede llegar a los 20 m de
altura.
Géiser de Strokkur después de la erupción.
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