Estribaciones montañosas coronadas por el glaciar Mýrdalsjökull.
Las nieves perpetuas del glaciar Eyjafjallajökull encierran en su interior un volcán cuya última fase de actividad se registró en el año 2010.
En la parte central también
tenemos el Langjökull y el Hofsjökull con 950 y 925 km2 respectivamente.
En el sur existe el Myrdalsjökull con 590 km2 mientras que en el alejado noroeste hallamos el Drangajökull, con unos 200 km2 de
desarrollo.
Panorámica del glaciar Mýrdalsjökull desde la playa de Dyrhólaey. El sufijo islandés
jökull significa glaciar.
Sobre las llanuras aluviales de la costa meridional de la isla se erigen los restos de antiguas morrenas glaciares. Las morrenas representan grandes acumulaciones de piedra y sedimento que las lenguas de hielo transportaban y depositaban cerca de sus desembocaduras, próximas al litoral.
Los periodos de fusión
de semejante costra de hielo y nieve condicionan la evolución estacional de la
red hidrográfica islandesa. Una profusa trama de ríos atraviesa los vastos
territorios de la isla, transportando un ingente volumen de agua que se
precipita vertiginosamente desde las fuentes situadas en las montañas centrales.
Durante su trepidante marcha, una buena parte de las veces deben salvar un
fuerte desnivel altimétrico. Entonces, uno de sus tramos tiene la misión se
superar la acusada discontinuidad que existe entre el espacio montañoso y las
allanadas desembocaduras situadas ya en la costa. El estruendoso salto desde tan
altos precipicios da lugar a algunas de las cascadas más bellas y
espectaculares del planeta, bien conocidas a través de la fotografía documental.
La cascada de Seljalandfoss recoge las aguas de fusión del glaciar Eyjafjallajökul.
Es uno de los saltos de agua más impresionantes del país. La cascada puede rodearse por el interior de una gran oquedad que ha sido esculpida por la propia salpicadura del salto.
Son cientos las cascadas, cataratas, chorros y saltos de agua que se precipitan desde los altos glaciares helados.
La pequeña ascensión para acercarnos hasta la bella cascada de Hengifoss merece realmente la pena, auque el tiempo no acompañe. Es uno de los sitios que no pueden dejar de visitarse. Se encuentra en la parte oriental de la Isla, junto al lago Lagarfljót. La subida se lleva a cabo por las cimas de un impresionante cañón negruzco que se escalona en varios saltos. En la foto se observa el último tramo de la travesía con el sendero trazado por su parte izquierda. Al fondo divisamos el vertiginoso salto que roza los 120 m de altura.
Otras veces, las aguas
torrenciales se descuelgan desde paredes menos verticales, encajonándose por el
interior de escarpadas gargantas y cañones que combaten por dominarlas.
El principal río de la
isla es el Þjórsá. Mide unos 230 km de largo y surca la parte suroccidental del
país.
Gradas en el río Skógar.
Los cañones fluviales conducen las aguas por el interior de Islandia, horadando el estrato volcánico. Río Jokulsá á dal.
Numerosos son también
los lagos y lagunas naturales que se extienden a lo largo y ancho del
territorio islandés. Su origen lo tenemos que buscar en los signos de la
antigua erosión glaciar o bien en el embalsamiento ocasionado por la existencia
de masas morrénicas, hielos o lavas petrificadas. También encontramos lagos originales,
inundando cráteres de volcanes inactivos o bien rellenado amplias depresiones tectónicas.
Construcciones nórdicas a orillas del lago Lagarfljót, al este de la isla. Con sus 53 km2 de superficie es uno de los lagos más grandes del país. En sus profundidades abisales se cree que habita un monstruo legendario.
En el inhóspito y deshabitado
interior de la isla se hallan los principales montes y cordilleras. Sus divisorias se separan por profundos valles glaciares que interrumpen la
monotonía de una amplia meseta central, en la que prevalece el desierto de lava y arena. Su matriz geológica está constituida
por rocas de naturaleza volcánica, donde prepondera el basalto que, entre otras,
es capaz de generar unas estructuras columnares con llamativa forma hexagonal.
Los estratos morrénicos de algunas partes de la isla conforman algunas de las montañas más bellas que se pueden imaginar, con sus jóvenes relieves pétreos adornados por un esponjoso manto de hierbas, musgos y líquenes.
Monumentales valles glaciares separan las grandes cordilleras islandesas.
La prestigiosa cascada de Litlanesfoss es famosa por sus estructuras columnares de basalto.
La génesis de la isla
es relativamente reciente. Sus tierras emergieron del mar hace unos 16 millones
de años, en el período Mioceno, al final de la era Terciaria, fruto de una
intensa actividad geotérmica y tectónica. Las elevaciones solitarias que despuntan sobre
el apartado interior suelen corresponderse con antiguos volcanes. El monte Hekla
ha sido uno de los más activos en los últimos siglos. Su último episodio
eruptivo tuvo lugar en 1980. La apertura de la grieta Laki, situada al suroeste
del Vatnajökull, fue el origen de una imponente explosión en 1783 cuyas
nefastas consecuencias dañaron la cabaña ganadera del país, provocando una
merma alimenticia en la que murieron miles de personas. La erupción más
reciente ha tenido lugar en 2010 a causa de un volcán situado 200 m por debajo
del glaciar Eyjafjalljokull. Como recordaréis, el fenómeno tuvo efectos muy
negativos para el tráfico aéreo europeo.
En la península de Snaefellsness se encuentra el pequeño glaciar Snaefellsjökull en cuyo interior dormita un volcán. Este pico de 1446 m, inspiró a Julio Verne para describir los prolegomenos de su famosa novela "Viaje al centro de la tierra". En Islandia se contabilizan alrededor de 200 volcanes de diferente tipología: volcanes en escudo, estratovolcanes (como el que nos ocupa), volcanes de cenizas, etc.
Los estériles campos de lava se organizan en las inmediaciones de los macizos volcánicos y suponen una parte importante del paisaje islandés. Su origen reciente deriva de las lavas de soga; enfriadas al deslizarse y cuyas superficies rugosas y onduladas recuerdan a las sogas enrolladas.
Ligado al vulcanismo
existe un completo elenco de fenómenos hidrotermales que ya explicamos en
entradas anteriores. Solfataras, fumarolas y manantiales de agua hirviendo nos
ofrecen aquí y allá unas sugestivas impresiones para la vista.
El paisaje florístico de
Islandia está representado por el bioma tundra. La tundra se caracteriza por sus
arduas condiciones bioclimáticas, ya que su distribución es contigua a la de los dominios
polares localizados en latitudes más extremas. Su funcionamiento ecosistémico responde al
de un desierto helado, cuyo subsuelo se encuentra permanentemente congelado. A
dicha inconveniencia cabe añadir unos rangos mínimos de precipitación e
insolación anual. Por otro lado, los suelos sobre los que se asienta suelen estar considerablemente
empobrecidos, pues la materia orgánica que los sustenta la encontramos escasamente mineralizada por efecto del drástico frío invernal. Cuestiones todas
que encarecidamente limitan el desarrollo óptimo de la vida vegetal islandesa. Ésta se
caracteriza por la ausencia de formaciones arbóreas extensas. Los pocos árboles
que sobreviven al despiadado clima de Islandia lo hacen formando agrupaciones
aisladas, ocupando valles resguardados donde el espesor del suelo es suficientemente
profundo para asegurar un arraigo eficaz del arbolado. Antaño los bosques
debieron estar mucho más distribuidos. Parece ser que su superficie fue
tremendamente diezmada a raíz de que se produjesen las primeras
colonizaciones humanas allá por el siglo IX d.C. Entonces, las primigenias taigas boreales fueron taladas hasta la extenuación, utilizando su preciada madera para la edificación, la construcción naval o como elemento combustible.
En los entornos del lago Lagarfljót se despliega la mayor superficie de terreno dedicada a la repoblación forestal. Actualmente el área reforestada supera las 100.000 ha y progresivamente va en aumento. La introducción de coníferas como el alerce (Larix decidua), el pino silvestre (Pinus sylvestris) o el abeto (Picea abies, P. excelsa) atiende a unos criterios más bien productivos, con el fin de favorecer el autoabastecimiento de madera de crecimiento rápido. La vegetación autóctona y potencial de una buena parte de la isla se compondría por abedules, sauces, serbales, fresnos y alisos, todos ellos con un porte llamativamente reducido. A día de hoy forman bosquetes de reducidas dimensiones.
Esto es una mata rastrera de Empetrum nigrum o camarina negra. Se engloba en la familia de los brezos y vive mayoritariamente en el hemisferio norte. Su hábitat predilecto lo conforman los suelos arenosos y pedregoso de naturaleza silícea. Reside en los países nórdicos de latitudes frías. Sus bayas negras y lustrosas son fuente de vitaminas y minerales.
Dryas octopetala
es una pequeña rosácea de distribución artico-alpina. Se desarrolla en
las tundras de altura asociándose a las grandes cordilleras montañosas.
El de la fotografía, es un ejemplar en el que ya se han marchitado sus
ocho pétalos blanco-cremosos. En el mismo se observan unos pequeños
frutillos anaranjados provistos de un largo penacho algodonoso.
Las estepas y praderas protagonizan
la mayor parte de los espacios islandeses. Cuando la escasa evolución edáfica
lo permite, el suelo se ve colonizado por una densa maraña de herbáceas más adaptadas
al viento y las bajas temperaturas. Otras comunidades botánicas representativas
pueden ser las landas de matorral bajo, caracterizadas por su porte rastrero y
achaparrado. También abundan las formaciones palustres, vinculadas al entorno de
lagunas, turberas y zonas pantanosas.
En el sur de la isla predominan los sandur cuyas superficies superan los miles de hectáreas. Se trata de extensas llanuras de depósito aluvial, formadas por sedimentos finos de gravas y arenas que provenien de la fusión de los hielos glaciares. La excesiva permeabilidad e inestabilidad de estos suelos impedimenta el anclaje de las raíces vegetales. En la imagen se observa la planicie de Eyjafjallasandur a los pies del glaciar homónimo. Si afinamos la vista, al fondo se divisan las cumbres del célebre archipiélago Vestmannaeyjar.
Islandia atesora una comunidad
faunística poco variada en cuanto a grupos de animales se refiere. Los
mamíferos son escasos. En sus tierras únicamente podemos contabilizar al zorro
ártico, al visón americano y al reno. Las dos últimos de origen alóctono,
importados por el hombre. El Mus
islandicus es un ratón endémico del país. Los fiordos y áreas costeras son
propicios para el avistamiento de grandes cetáceos y diversas especies de
focas. En los ríos de agua dulce son comunes las truchas, salmones, carpas y
anguilas. El conjunto de las aves representa el número más diversificado contando
con más de 200 especies, aunque solo 70 se consideran nidificantes habituales.
Las hay terrestres y marinas. Muchas de ellas tienen hábitos migratorios y sólo
permanecen en estas tierras durante su breve periodo reproductor. Dentro de este
colectivo destacan las aves limícolas, adaptadas a las orillas fangosas de las
múltiples ciénagas litorales y ribereñas. La población de anátidas o patos es
variadísima, habitando ríos, lagos, marismas y estuarios. A ésta cabe unir las espectaculares colonias de cría que se establecen sobre los acantilados costeros, donde las gaviotas,
gaviones, fulmares, alcatraces o alcas se cuentan por miles.
En los parajes cercanos a Skaftafell, dentro del Parque Nacional de Vatnajökull, es posible fotografiar de cerca a los grandes bandos de lagópodos alpinos (Lagopus mutus) que pululan tranquilamente entre los claros del abedular. Para los islandeses, la perdiz nival es una de sus principales piezas de caza.
El zorzal alirrojo (Turdus iliacus) frecuenta los bosquecillos de abedules donde se alimenta de su prolífica semilla. Cría en los países nórdicos de Europa, aunque una buena parte de su población se desplaza al sur con el fin de eludir los rigores del frío invernal.
El eider común (Somateria mollisima) en fase de muda. Anátida propia de las regiones costeras árticas y subárticas.
Grandes bandos de ansares comunes (Anser anser) frecuentan las áreas de pastizal abierto.
El cisne cantor (Cygnus cygnus) es una de las aves más mediáticas de Islandia. Sus congregaciones invernales en marismas y lagos son dignas de verse. En esta época, muchos de los cisnes que se avistan proceden de la vecina Groenlandia.
El reno ha sido introducido en la isla en épocas recientes. No pudimos fotografiarlos por la distancia a la que se encontraban, pero su presencia quedó bien documentada a través de la señalización vial.
El islandés es un caballo de pura raza descendiente de los ponis celtas del norte de Europa. Se ha usado tradicionalmente para las labores agrícolas. El gélido clima del norte a modelado su pequeño tamaño y robustez. Los hay de todos los colores.
Esto ha sido el todo de un
estimulante viaje que incita a la reflexión. Si os apasiona la naturaleza salvaje,
Islandia os abre sus puertas de par en par. Ya lo veréis, la aventura merece la
pena. El viaje típico se practica alrededor de la isla y tiene un recorrido de unos 1350 km. Nosotros lo realizamos en 5 días pero en realidad se necesitan al menos unos 10; aunque, creedme, en Islandia siempre os faltará tiempo.