DIEZ BOSQUES IMPRESCINDIBLES EN EL ALTO VALLE DEL OJA


En la comarca riojana del Alto Oja, los valles y montes que conforman la cadena montañosa de la Sierra de La Demanda se hallan cubiertos por una espléndida masa forestal, abundante y muy diversa. Variopintos son sus bosques autóctonos de caducifolios, destacando sobre diferentes situaciones ecológicas de suelo, cota y orientación, en los que predominan: robles, hayas, fresnos, arces y cerezos silvestres, sobre numerosas especies más. Las repoblaciones artificiales de coníferas también cuentan con una importante representación territorial en la zona, incluyendo varios cientos de hectáreas de frondosos pinares y abetales, además de otras pequeñas plantaciones que cuentan con la singular presencia del alerce europeo, muy llamativas por el carácter caduco de sus tiernas hojas aciculares.

A pesar de su origen antrópico, el papel de las reforestaciones alóctonas, en su justa medida, ha de considerarse loable. Especialmente, como principal medio restaurador de un denostado paisaje forestal que desde tiempo atrás se encontraba prácticamente arruinado, sin apenas árboles, empobrecido tras siglos de intenso aprovechamiento irracional. En la actualidad, gracias a los cambios de uso que ha experimentado el suelo así como al fomento de nuevas medidas legales encaminadas a la conservación de la biodiversidad, nuestro patrimonio arbolado gana terreno año tras año, siguiendo una tendencia casi exponencial. Una boyante situación que nos permite afirmar que nuestros bosques cada vez son más extensos, diversos y longevos, aumentando más si cabe la complejidad y riqueza de los genuinos espacios naturales que componen la Sierra de La Demanda riojana.

Como en otras partes del mundo, los bosques  naturales que crecen en la comarca de Ezcaray cumplen una importante función multifuncional, una primordial suma servicios que beneficia por igual al conjunto de sus especies habitantes. Porque el bosque se considera el medio terrestre de protección para la vida, es fuente y reservorio de insustituibles recursos y materias primas, pero sobre todo, porque es al bosque al que se le atribuye la exclusiva capacidad de regular los procesos ecológicos fundamentales, concernientes al atemperamiento del clima, a la pureza del aire, al ciclo del agua o a la fertilidad del suelo que nos proporciona alimento. Es su legado más preciado, nuestra herencia más valiosa. 

En el Alto Oja, existen numerosos espacios arbolados que atesoran una excepcional belleza y riqueza forestal. Sería muchos los bosques por nombrar, pues todos ellos casi siempre poseen ciertas características especiales que los hacen únicos y distintivos en su región. Mientras algunos son muy conocidos, otros lo son menos por ubicarse en lugares poco visitados o inaccesibles. Por no alargarnos demasiado, hemos optado por exponer tan sólo unos pocos ejemplos que a nuestro juicio resultan los más representativos del ecosistema bosque específico de la comarca de Ezcaray. Los motivos para su inclusión han estado basados en múltiples condiciones que atañen a su superficie de extensión, a su longevidad, a su origen histórico o cultural, a su vocación paisajística o a su condición de refugio para la flora y fauna silvestre. 

A continuación el "top ten" de los bosques  del Alto Oja, lugares que no debéis dejar de visitar si verdaderamente os apasiona la naturaleza de Ezcaray y sus alrededores. Durante todo el año organizamos numerosas visitas didácticas para descubrir más a fondo la verdadera esencia de estos mágicos lugares. Desde Silvestres os animamos para que algún día nos acompañéis al campo para conocerlos mejor, disfrutarlos y sobre todo respetarlos.


Bosque de la Cabecera del Oja

El tramo alto del río Oja se halla custodiado por un inmenso bosque de hayas legendario. El mismo, se propaga a través de extensas laderas cuarcíticas alcanzando cotas elevadas, desde el barranco de La Polvorosa hasta las altas lomas de Bizcarra. La orografía de este enclave resulta muy accidentada, lo que imposibilita en gran medida cualquier acceso a la zona. Dicha circunstancia favorece la existencia de pequeños parajes que todavía hoy permanecen suficientemente aislados, poco transitados, y que constituyen las últimas reservas "salvajes" de los montes de La Demanda. La ocupación de bosque continuo supera las 1.500 ha de superficie, en las que predomina un hayedo irregular bien estructurado, que presenta portes variados y diferentes clases de edad. El roble albar (Quercus petraea) gana terreno en las situaciones más expuestas, sobre todo en suelos rocosos. En el término de Macurlimia podemos contemplar un magnífico ejemplo de robledal de atlántico montano, con hermosos ejemplares centenarios que ostentan tallas considerables. Bajo ellos crece la escasísima violeta de montaña (Viola bubanii), el endémico narciso de roca (Narcissus rupicola) o el ranúnculo negro (Ranunculus nigrescens), fieles representantes de la flora acidófila de la alta montaña ibérica. En la base de estos montes se encuentra la conocida área recreativa del Llano de La Casa, que cuenta con varias mesas de piedra, asadores y un bonito refugio de montaña que por su deplorable estado de conservación deja mucho que desear. 


Barranco y Bosque de Usaya

El arroyo de Usaya atraviesa desde su nacimiento una amplia cubierta arbolada. Éste es un pequeño valle que posee grandes contrastes entre sus dos vertientes opuestas. En la fresca umbría domina un impresionante hayedo, húmedo y sombrío, con cerca de 800 ha de superficie. En la seca y desarbolada solana se extiende una de las áreas de pastizal de montaña más importantes de la comarca y donde al atardecer pueden llegar a observarse copiosos rebaños de ciervos, campando en libertad. En las partes altas existen amplias zonas de repoblación forestal, cubiertas por frondosos pinares y abetales. En el paraje del Salegar y Pico La Ronda podemos hallar una pequeña repoblación experimental de abeto blanco (Abies alba), conífera exclusiva de las montañas pirenaicas y que en la antigüedad parece ser que también pudo poblar los montes demandeses. Otras formaciones vegetales que también merecen ser destacadas, son los mostajares mostellares; como los que se acantonan en los términos de Cobelasa y Vallejo del Peñón. Agrupaciones de serbales (Sorbus aucupariaS. aria) que acaudalan gran interés durante la época otoñal, gracias a la intensa policromía que exhiben sus coloridas hojas caducifolias a la que también podemos añadir su abundante producción de frutos rojos comestibles. Por el interior del valle discurre un precioso sendero, muy visitado, que se sirve de siete artesanales puentes de madera a la hora de salvar las vivas aguas que se precipitan a lo largo del barranco. De aquí el difundido nombre de Paseo de Los Siete Puentes, una de las excursiones más nombradas de los montes de Ezcaray.


Circo de Escorlacia y Hoya de Moreta

Por sus prístinos paisajes agrestes, éste es un enclave representativo de la alta montaña demandesa, poco alterado y que además goza de un aceptable estado de conservación. En este ámbito, los viejos signos del relieve cuaternario se expresan en forma de pequeños glaciares y nichos de nivación, favoreciendo la configuración de unos exclusivos hábitats alpinos más propios de las regiones pirenaicas. Las duras condiciones ambientales que se experimentan a esta cota, limitan el crecimiento y expansión de la flora arbórea, y sólo las coníferas de temperamento más robusto, logran sobrevivir a la fría intemperie externa. Cabe decir que el origen de estos bosques es artificial, pues provienen de antiguas repoblaciones llevadas a cabo por el hombre durante la segunda mitad del siglo pasado. Dilatadas masas de pino silvestre y pino negro (Pinus sylvestrisP. uncinata) dominan en el terreno. En las cubetas glaciares, por escorrentía superficial, se llegan a formar interesantes áreas lacustres de turbera que albergan una flora muy específica y, por lo común, amenazada. Éstas, a su vez, forman un mosaico en el que se alternan pequeños bosquetes de abedul (Betula alba), con mostajares (Sorbus aria, S. aucuparia) y jugosos pastizales de altura, éstos últimos muy apreciados por los herbívoros silvestres. Toda la zona posee una importante representación de aves de montaña. En los riscos más quebrados crían el bisbita alpino, la collalba gris, el roquero rojo o el escribano montesino. En lo profundo del pinar moran la chocha perdiz, el reyezuelo sencillo, el acentor común, el herrerillo capuchino, el carbonero garrapinos y el verderón serrano. Con un poco de suerte, también cabe la posibilidad de observar el planeo del águila real, oteando el espacio aéreo de la sierra. Por su gran fragilidad y valor ecológico, la conservación de este bosque precisa de unas especiales medidas de gestión que limiten cualquier tipo de impacto ambiental durante las futuras labores de aprovechamiento forestal.


Bosque mixto de Chazparria y Turrarana

Los bosques mixtos acaparan una significativa superficie en el ámbito territorial del Alto Oja. Representan el resurgir del bosque, pues se hallan integrados por especies pioneras de crecimiento rápido, capaces de recolonizar los espacios deforestados con sorprendente rapidez y vitalidad. La importancia de estas formaciones radica en la gran diversidad florística que llegan a atesorar, considerándose una de la más elevadas de entre los bosques ibéricos. Las umbrías del Valle de Urdanta quedan tapizadas por un variado conjunto de especies arbóreas, que conviven plácidamente sobre suelos fértiles, frescos y profundos, entre las que podemos contar: fresnos de montaña, arces campestres, cerezos silvestres, hayas, robles, tilos, chopos, avellanos y acebos, entre innumerables especies más. La variada espesura que ofrecen los distintos portes arbóreos y sus copas, facilita la entrada de luz en el sotobosque a diferentes intensidades, permitiendo así que aparezca envuelto por fecundo y vistoso plantel de herbáceas nemorales umbrófilas, adaptadas a diversas condiciones de sombra e insolación. Dicho espectáculo florístico puede contemplarse a mediados de del mes de mayo y resulta delicioso para la fotografía botánica. En sus espesuras nidifica cada cada verano el discreto halcón abejero. Así mismo, en el paredón de la Peña Chazparria, también puede avistarse una pequeña colonia de buitre leonado que comparte hábitat con el acrobático avión roquero


Pinar de la Zalaya

El viejo pinar de La Zalaya se encuentra resguardado en la cabecera del Valle de Cilbarrena, abarcando una reducida superficie que apenas supera las 150 ha. Su valor reside en que se trata de uno de los bosques de pino silvestre más añejo de la comarca de Ezcaray. Sus centenarios pinos albares (Pinus silvestres) fueron plantados en los albores del siglo pasado, cuando se acometieron las primeras reforestaciones arbóreas en la región. Tal circunstancia, permite que podamos alegar que la evolución pasada de este bosque deba quedar indisolublemente vinculada a la historia y patrimonio forestal de Sierra de La Demanda riojana. En su última etapa de vida, el crecimiento de este veterano pinar ha logrando cumplir uno de los principales objetivos que se asignan a toda repoblación protectora; la de ejercer de elemento cubrecultivos  facilitando la regeneración de las especies autóctonas originales. Gracias a esto, el protegido subvuelo de dicha pineda, se encuentra invadido por un pujante regenerado de hayas, acebos, tilos, arces blancos y cerezos silvestres. La especial riqueza en nutrientes que aportan las dolomías y pizarras carbonatadas que componen la mayor parte del sustrato de La Zalaya, ha influido notoriamente en el avanzado estado de desarrollo que en la actualidad experimenta su formidable plantel vegetal. Durante la primavera, en las pequeñas praderas que se reparten por los claros del pinar, podemos tener la suerte de tropezarnos con algunas joyas micológicas de gran interés biogeográfico. Tal es el caso de la extrañísima seta cerebriforme Gyromitra gigas o del colorido boleto Porphyrellus porphirosporus, cuya carne se tiñe de un intenso color amoratado cuando la seta se corta  y queda expuesta al aire. A finales de verano también podemos observar la delicada flor de la orquídea otoñal Spiranthes spiralis, muy escasa en la comarca. Es una lástima que los alrededores de este hermoso paraje quedasen muy trastocados tras la ejecución de las últimas operaciones de corta y desembosque del arbolado. Ahora mismo, numerosas pistas de grandes dimensiones surcan el interior del bosque facilitando el acceso al tráfico motorizado, a veces descontrolado.


Acebal de Valgañón

Situado en un entorno privilegiado, el acebal de Valgañón despunta sobre un extensa área de pastizales y praderas que se conoce por el nombre de Dehesa de Valgañón. Este insólito bosque está formado por altos y corpulentos acebos (Ilex aquifolium), algunos de ellos con varios siglos de antigüedad. A pesar de su reducida extensión, que apenas supera las 10 ha, la apreciable estatura y densidad de sus pies sirven de sobra para otorgar a este rodal la condición de auténtico bosque cerrado, casi única entre las acebedas ibéricas. El origen de esta clase de bosque ha de buscarse entre los factores ecológicos que caracterizan a la peculiar estación de crecimiento sobre la que se asienta: un suelo calizo y profundo, rico en nutrientes; una topografía en vaguada, resguardada de fríos severos y sequías; una adecuada exposición que aprovecha los vientos húmedos del norte, etc. La configuración histórica de este viejo bosque también posee un fuerte componente humano. A lo largo del tiempo, la mano del hombre ha beneficiado al acebo por sus múltiples usos, en detrimento de otras especies que eran taladas y eliminadas. Antaño, el acebal constituía una despensa primordial de aprovisionamiento de leñasmaderas forrajes. Su tupida cubierta favorecía la protección resguardo del ganado doméstico, tanto de los intensos fríos invernales como de los sofocantes calores veraniegos. Cuando llegaba la Navidad, vecinos de Valgañón acudían al acebal para cortar las ramillas más vistosas cuajadas de frutos rojos, y que después se vendían y exportaban al mercado catalán como adorno navideño. Durante el invierno, la intrincada acebeda ofrece un refugio excepcional para la fauna silvestre y en especial para las aves. Su fructificación invernal aporta una indispensable una fuente de alimento cuando escasean el resto de recursos, resultando trascendental para la supervivencia de las especies.


Robledal de la Solana de Turgueiza

La presencia dispersa de gruesos robles trasmochados, nos indica que en la antigüedad una buena parte de la Solana de Turgueiza pudo estar ocupada por una centenaria dehesa arbolada. Los árboles trasmochos se podaban a cierta altura para estimular la producción continua de maderaleñasfrutos ramón. Las talas se efectuaba cada 5-10 años, en función de las dimensiones maderables que se deseasen obtener. Esta secular práctica beneficiaba el crecimiento del pie en grosor a la vez que limitaba su desarrollo en altura, mejorando así el ensanchamiento y productividad de la copa. El estrato inferior o sotobosque se mantenía limpio para favorecer la propagación y crecimiento del pasto. Los restos de este también denominado "monte hueco" u "oquedal" se reparten entre los términos municipales de Zorraquín y Valgañón, desde la Peña de Turta hasta el barranco de Tres Fuentes, sobre unas 700 ha de terreno. La especie principal que lo puebla es el quejigo o roble enciniego (Quercus faginea), contando con varios cientos de ejemplares que probablemente superen los 200 años de longevidad. Sus ramas y troncas huecas ofrecen un alberque de vital importancia para la fauna forestal, siendo disputadas por cárabos, garduñas, ginetas, gatos monteses, lirones y raposos. La naturaleza caliza de los soleados suelos de Turgueiza permite que sean colonizados un amplio elenco de flores primaverales, muy diversas y coloridas. Sus pastos y tomillares secos, propios del ámbito mediterráneo, son especialmente fecundos en orquídeas silvestres de los géneros: Orchis, Ophrys, Anacamptis, Aceras, Limodorumetc. El valor estético, cultural y ecológico de esta clase de bosque es innegable. Su fomento y protección deberían encontrarse a la orden del día, sin que su presencia pase desapercibida ante las administraciones públicas encargadas de la gestión del medio natural.


Barranco de La Tejera y Monte Los Canalones

Los dominios de este frondoso barranco quedan englobados dentro de la jurisdicción de Valgañón, situándose en la misma base del conocido pico El Hombre, ocupando su cara norte. Sus tenues aguas también reciben el nombre de arroyo de San Sebastián, en honor al derruido Monasterio de San Sebastián de Olagabarte, cuya remota ubicación se encontraba aguas abajo próxima al cauce, muy cerca del paraje conocido por el nombre de La Mojonera. El predominio de un microclima húmedo y relativamente cálido, ha contribuido a que en este término se haya instaurado una verdadera "selva arbolada", constituida por altos ejemplares monumentales. En la cabecera del citado barranco encontramos el bonito hayedo de Los Canalones. Éste nombre se debe a la existencia de unas viejas canalizaciones de hormigón cuyos restos aparecen diseminados a lo largo del barranco y que, antaño, parece ser que servían para abastecer de agua al municipio de Valgañón. En este mismo enclave reinan los bosques de coníferas repoblados, con gigantescos fustes añosos, gruesos y rectos, que rondan el siglo de edad. A la solemne presencia del pino silvestre (Pinus sylvestris) se une la fiel compañía del vistoso alerce europeo (Larix decidua), característica pinácea por su dorado follaje caducifolio. Entre los abetos, destaca la vigorosa silueta de la pseudotsuga o abeto de Douglass (Pseudotsuga menziesii) y del también foráneo abeto rojo (Picea abies). En sus laderas además crecen ejemplares dispersos de pino pudio o laricio (Pinus nigra salzmannii), con aceptables portes y dimensiones. Resulta llamativa la coexistencia de un majestuoso pie de abeto blanco (Abies alba), que se halla solitario, próximo al arroyo. Asimismo, en el interior de estas masas de vetusto pinar, todavía crían algunas parejas de azor, la rapaz forestal por antonomasia, indicadora de unas buenas condiciones de conservación.


  Bosque de Artaso

Ocupando un pequeño afluente de la margen izquierda del río Oja, encontramos la extensa floresta del barranco de Artaso. Un estupendo bosque mixto de haya y roble melojo (Quercus pyrenaica) que supera las 800 ha de superficie, perteneciente a la desaparecida Cuadrilla de Arrupia, en término de Ojacastro. El nombre de Artaso tiene su origen en la lengua vasca y hace referencia a la presencia testimonial de la encina o "arte" en euskera. En la desembocadura del propio barranco, todavía es posible observar la supervivencia de un pequeño encinar relicto cuya manifestación hace honor a su nombre. A lo largo del tiempo, la fuerte erosión hídrica se ha encargado de modelar este abrupto y encajado barranco, rodeado por paredes verticales que en algunos tramos superan los 15 m de caída. Poblando sus laderas, podemos observar una vigorosa tejeda formada por varias decenas de jóvenes tejos (Taxus baccata), que sobreviven en los escarpes más inaccesibles. El interior reguardado del precipicio, ofrece un refugio exclusivo a las únicas poblaciones comarcales del arbusto denominado bola de nieve mundillo (Viburnum opulus) así como a la exuberante hierba ciperácea Carex pendula. En el interior del bosque encontramos tres árboles singulares que por sus notables características poseen nombre propio. Nos referimos a los dos robles de Zamaquias y Burraldia así como al también apodado haya de Burraldia, todos ellos de grandes proporciones y edades. Resulta increíble como en este mismo enclave pudieron subsistir algunos núcleos de población en la antigüedad. Existen documentos históricos que nos hablan de viejas aldeas derruidas, desaparecidas en la actualidad, como Los Casales o Villariego.


  Dehesa de Carrasquedo

La Dehesa de Carrasquedo supone un claro ejemplo de lo que antiguamente representaba una dehesa boyal, localizada en el término de Grañón. Terreno de aprovechamiento comunal que se situaba cercano a los municipios y cuyos usos quedaban consignados a las prácticas agroforestales ejercidas por la población local. En dichos predios, coexistían zonas arboladas con otros espacios que se dedicaban al pasto. Bajo este contexto, el bosque se mantenía limpio y aclarado, respetando una cierta densidad de pies que se distribuían de forma aislada sobre el terreno. En este tipo de dehesa, los recursos tendían a distribuirse de una manera colectiva y racional. De los árboles se obtenían tanto leñas como madera menuda de escasa dimensión, que se empleaba para fabricar aperos o pequeñas piezas de construcción.  Las podas eran frecuentes y se realizaban para estimular la producción de bellota y ramón. El ramón estaba formado por pequeños ramillos repletos de hojas secas que se almacenaban y que durante el invierno servían de alimento y cama para el el ganado. Por su parte, las áreas de pasto quedaba exclusivamente reservadas al ganado de tiro y labor, comúnmente integrado por bueyes, mulos, burros o caballos. La importancia de este bosque radica en que refleja una de las pocas muestras supervivientes de lo en su tiempo llegaron  a ser los bosques de llanura que colonizaban el pie de monte de la Sierra de La Demanda. Su especie principal es el roble melojo o rebollo (Quercus pyreanaica), que a su vez comparte espacio con quejigos y encinas. Por su escasez, la existencia de estos bosques en la actualidad resulta casi anecdótica, ya que en su mayoría fueron vendidos y roturados en favor de la voraz agricultura. Su inherente condición de "isla forestal", que se ve rodeada por un extenso mar de yermos cultivos, ofrece a la fauna un indispensable cobijo como zona de descanso, alimentación y reproducción. En el robledo anidan especies como la paloma torcaz, la tórtola europea, el alcotán, el búho chico, el mosquitero papialbo o el colirrojo real. A menudo, bajo su tupida fronda se esconden tejones, garduñas, ginetas, zorros y jabalíes. En este mismo enclave también encontramos la Ermita de Carrasquedo, que cuenta además con un albergue anexo, un área recreativa con mesas, fuente y asadores y un pequeño campo de fútbol de hierba que hace las delicias de los más jóvenes.  


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